Camping Las Nieves

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Transcurría el 7 de Agosto de 1996 cuando una terrible noticia sacudió todo el país. Una riada se había llevado por delante la vida de 87 personas y dejado heridos a otros 183 en un Camping de los Pirineos Aragoneses.
El Camping en cuestión era el 'Camping Las Nieves' situado en Biescas, Huesca, y de seguida, Bomberos, Protección Civil y voluntarios se movilizaron para ayudar en la medida de lo posible.




Las imágenes que nos llegaban mediante la televisión eran desoladoras. Impotentes asistíamos a como decenas de cadáveres eran sacados del fango y los sedimentos, semidesnudos y siendo transportados bajo la lluvia por aquella, ya famosa, carretera para ser depositados y posteriormente identificados.


El escenario, como bien ilustraron los rotativos al día siguiente, era dantesco. La impotencia era embriagadora. ¿Cómo había podido ocurrir una cosa así?
La explicación era sencilla, y las conclusiones aterradoras: El Camping estaba situado en el cono de deyección de un Torrente (Torrente de Arás), es decir, en el cauce natural de las aguas que bajan de la montaña a causa del deshielo, lluvias, etc. Ese día, una terrible tormenta descargó en la zona produciendo precipitaciones intensísimas que el pequeño embalsamamiento situado en lo alto del camping no pudo soportar, haciendo que este se desbordase y arrasase con todo lo que tenía por delante, que no era otra cosa que el Camping.

Ilustración de la riada


Coches, autocaravanas, tiendas de campaña... todo fue arrasado y retorcido por la fuerza de las aguas que bajaban con furia desde la montaña. Los que no morían ahogados morían a causa de los impactos recibidos por las piedras, rocas y troncos que traía con sí el agua en su violento descenso.
Los cuerpos de las víctimas aparecían por todos lados. Muchos tardaron días en ser encontrados por encontrarse enterrados en el lodazal, e incluso, el último cadáver en ser encontrado, apareció en un embalse situado a 15 kilómetros del Camping.
La pregunta que todo el mundo se hizo entonces -y aún a día de hoy nos la seguimos haciendo- es como se pudo permitir la instalación de dicho camping en un lugar con tanto riesgo como ese.
La respuesta nadie la sabe, pero todos la intuyen. El interés económico prevalece a toda lógica y sentido común.



Reconozco que esta exploración me ha costado realizarla. Hace muchos años que vengo por la zona y siempre que he llegado aquí lo primero que pensaba era en ir a visitar el camping. Pero al final, una parte de mi trataba de buscar otra excusa, ya fuese otra exploración, otra excursión o cualquier otra cosa que no fuese ir al camping Las Nieves. Por una parte salía el Kordo de siempre, con ganas de explorar, averiguar, inspeccionar, curiosear o como se lo quiera llamar. Pero por otro lado tenía la sensación de que allí, todo lo que yo hiciese, estaba fuera de lugar. Es un sitio donde ha habido mucho dolor, mucho sufrimiento, donde familias enteras han perecido trágicamente, y mi estancia allí solo la interpretaba como una falta de respeto.
Finalmente comprendí que estaba muy equivocado. Que las visitas se pueden hacer de mil maneras, y la mía, tanto esta como las que siempre he hecho, las hago desde el máximo respeto, tanto a lo material como a lo que pueda significar o identificar un lugar o edificio.


Decidido plenamente a efectuar la exploración, dejé el coche en lo que era la entrada del camping -ahora obstaculizado con unas rocas para impedir la entrada de los vehículos- e inicié a pie el ascenso hacia donde estaba la recepción y edificio principal del camping.
El día era gris, tapado y llovía. Afortunadamente no era el diluvio de aquel fatídico día, pero eso ya poco importaba. De todas maneras no era una lluvia lo suficientemente intensa como para hacerme desistir de seguir adelante.
Como se puede observar, ahora la carretera que daba acceso a la zona de acampada se ha convertido prácticamente en el cauce de un río, desde donde el agua sigue su curso natural.
Es terrible observar la fotografía que encabeza la entrada del Post y compararla con la que es, hoy en día, esta entrada.

Una bonita farola de piedra daba la bienvenida a los que llegaban al camping. Por desgracia nunca más volverá a encenderse.


Recepción a la derecha y acceso a las parcelas que se abrían a derecha e izquierda del camino.


El edificio de la recepción es el único que queda en píe en todo el camping. Como siempre, debido a los gamberros que nada respetan, tuvo que ser tapiado para que no accediesen y siguiesen rompiendo lo que había en el interior.

La piscina estaba situada justo enfrente de la recepción. Por fortuna, he podido localizar algunas fotografías del camping antes de la tragedia, mediante las cuales podemos ver el antes y después del lugar.






En las siguientes dos fotografías, y desde prácticamente la misma perspectiva, tenemos otra muestra de lo que fue el antes y después del camping.


En un lateral de la recepción se acumulaban algunos deshechos de obras que hubo en el lugar tras la tragedia.


Las puertas y ventanas seguían tapiadas por esta parte del edificio.


Excepto una puerta metálica de lo que parecía ser la entrada a algún almacén. Estaba cerrada, pero vi que se podía abrir fácil sin necesidad de forzar ni romper nada. Que suerte, iba a poder entrar dentro!

Había unas pequeñas habitaciones llenas de mesas y sillas puestas de cualquier manera. Sobre ellas, y por el suelo, había panfletos y postales del camping.
A un lado se abría otra estancia mucho más grande, pero la verdad es que aquí ya no veía nada.
¿Qué pasa cuando estás de vacaciones o fin de semana de relax y te metes en un sitio como este? Pues que te das cuenta que en la maleta lo único que no te ha dado por meter ha sido una linterna. Grave error.

Como he comentado antes, todas las puertas y ventanas estaban tapiadas, por lo que la luz dentro era inexistente. Haciendo una fotografía a la oscuridad es como pude ver que, lo que tenía delante, era una estancia grande y con un montón de escombros apilados en el centro que impedían pasar al otro lado.

Observando esta nevera, y por lo que pude ver en estas postales, ese lugar que tenía delante era el supermercado del camping. Resultaba increíble ver lo ordenado, limpio y repleto de productos que estaba antes, y como lo estaba viendo yo en ese momento.

Volví al único sitio donde tenía luz y me entretuve haciendo fotografías a los panfletos propagandísticos e informativos del camping.


Resignado a que no iba a poder seguir explorando el interior de la recepción, salí de nuevo al exterior. Cerré la puerta por la que había entrado y me dispuse a adentrarme en las zonas de acampada.
Me encontré con los restos de lo que había sido un edificio que había sido demolido. Al principio no sabía qué podría haber sido aquello, pero más tarde, al ver que no encontraba lo que fueron los aseos, duchas y lavaderos de las instalaciones, caí en que era aquello.
Me frustró un poco no haberlo encontrado en pie, ya que tenía constancia de que, al igual que la recepción, era un icono importante de lo que fue el camping y seguía 'intacto'.

De las parcelas apenas se intuía nada, ya que la vegetación lo había repoblado casi todo, así que seguí el camino principal hacia la parte superior del camping.

Llegué a una zona donde el terreno había sido removido por máquinas excavadoras, y a un lado, enormes rocas habían sido apartadas.

Atravesé todas estas tierras, removidas y mojadas por la lluvia que estaba cayendo, y llegué hacia uno de los encauzamientos que recogen el agua y que aquel fatídico día fue incapaz de absorber tal cantidad de precipitación.



Llegando arriba del todo ya pude ver la pequeña presa que liberaba agua en cantidades constantes y que eran absorbidas por los encauzamientos.


Mirando ahora hacía atrás, se puede ver los dos encauzamientos que discurren a ambos lados del camping, situándose este en el centro. En ese momento, y como se puede observar, solo uno llevaba agua.

Tuve que bajar de nuevo a la entrada del camping para poder bordear el encauzamiento que llevaba agua, y poder subir de esta manera a la zona donde estaban los diques de contención.
Conforme iba subiendo, cada vez se hacía más terrible imaginarse con qué facilidad era posible que sucediese lo que finalmente sucedió.

Aunque este dique siguió en pie tras la tragedia, y sirvió para frenar en cierta manera la impresionante fuerza con la que la riada que se lanzaba a por el camping, había otra serie de diques de contención montaña arriba que fueron reventados por la fuerza del agua y de los sedimentos allí acumulados durante años. Todo ello contribuyó a que el desastre fuese aún más fatídico si cabe.


Bajando de nuevo, me detuve a contemplar lo que fue la zona donde estarían las parcelas más cercanas a la montaña y donde, seguramente, con más fuerza arrasó el agua y produjo más muertes.

La naturaleza sigue su curso, y pequeños arboles ya están asomando por el lugar devastado.

Por donde se ubicaban las parcelas mas cercanas a la recepción aún quedaba algún poste donde las caravanas podían conectarse al suministro eléctrico.


Lo más duro de todo fue que, si mirabas bien por las parcelas, aún podías ver restos de aquel fatídico día.

16 años, creía que habrían sido suficientes para haber borrado este tipo dramáticos recuerdos. Pero estaba muy equivocado.

Apenas se puede distinguir nada ya de las parcelas.

De vuelta a la entrada del camping tenía una cuenta pendiente: El edificio de la recepción.
Durante las idas y venidas desde que accedí al camping, no paré de darle vueltas a como podía conseguir alguna manera de poder ver dentro de la tapiada y oscura recepción, y así poder acceder e inspeccionar todas las partes del edificio.
Recordé que había visto hace tiempo una aplicación para el móvil que se trataba de una linterna. El programita en cuestión simplemente lo que hace es ponerte la pantalla en blanco y de esta manera, en una absoluta oscuridad, algo ilumina. En su momento me pareció algo más bien inútil, pero en la actual situación pensé que podría servirme de mucho. Así que la descargué y dispuse a aventurarme en el interior desconocido.


Volví a abrir la puerta del almacén que abrí en la otra ocasión y me dirigí hacia la sala del supermercado. Me adentré un poco hacia el centro de la misma y, donde ya apenas veía nada, conecté mi fantástica e improvisada linterna que me iba a permitir explorar el interior del edificio como si a plena de luz del día estuviese.

Le dí a la aplicación y... bueno, pude intuir mis botas, allí abajo, en el suelo polvoriento. Pero levantaba el móvil y allí seguía todo tan oscuro como la primera vez. Qué fracaso de linterna!. O verdaderamente aquello no valía para nada, o había descargado la aplicación de linterna más mala de todas.

Así que, sin tiempo (ni ganas) de seguir probando más aplicaciones, decidí igualmente aventurarme hacia el interior aunque no viese nada. Utilizando el móvil para iluminar donde ponía los píes (era para lo único que me sirvió), iba avanzando y conforme llegaba al dintel de alguna puerta, enfocaba la cámara hacia el interior y disparaba con flash. Miraba la foto y de esa manera era la única forma que tenía de saber lo que tenía delante.

Pasé por varías estancias. La primera que encontré (dos primeras fotos) nada más pasar el supermercado fue la recepción en sí. Detrás de esta había una cocina y una sala de estar con su chimenea. Y a un lado, las escaleras que subían al piso superior. Por la foto pude ver que no tenía barandilla, así que extremé precauciones para subir por ellas sin luz.

Una vez arriba, un oscuro pasillo dividía el tejado abuardillado en dos.

A la izquierda estaba todo de origen y sin ninguna otra posible utilidad que no fuese un almacén.

A la derecha del pasillo habían habitaciones, con lo que quedaban de sus muebles y armarios, y algunos lavabos, posiblemente de los empleados del camping que pernoctaban allí durante sus jornadas de trabajo.



La verdad es que aquellas habitaciones, aún estando como estaban, mantenían un encanto que sin duda en su día serían envidiables.





De vuelta abajo, lo que tenía que haber pasado y hasta el momento había logrado eludir, sucedió. Y, evidentemente, no fue con otra cosa que no fuese la gran montaña de escombros que había en mitad del supermercado y que tan ágilmente logré superar al entrar.

De regreso, y trepando más a tientas que con la luz que tristemente proyectaba el móvil, el píe de apoyo resbaló y, la rodilla de la misma pierna, fue a parar contra la punta de una pata saliente de una mesa o una silla de las muchas que allí habían tiradas de cualquier manera.
Tras maldecir cincuenta veces todas las mesas y las sillas con las patas para fuera, me froté un poco la zona dolorida y acabé de salir como pude de aquella odiosa montaña de escombros.

Una vez ya en la zona cercana a la puerta de la calle me pude inspeccionar la herida, y tras comprobar que solo era una magulladura sin importancia, hice unas últimas fotos a las neveras que antes refrigeraban los productos del supermercado y en el que aún se podía ver algunas etiquetas con los precios.




Y tras cerrar de nuevo (y definitivamente) la puerta de este único edificio en pie, y símbolo de aquel triste suceso, abandoné el camping Las Nieves.
A partir de ese momento, y con las sensaciones a flor de piel por la experiencia vivida, las preguntas se me agolparon en la cabeza. ¿Cómo pudo ocurrir algo así?, ¿Por qué se permitió instalar un camping en este lugar con el riesgo que existía?, ¿Por qué se tardó tanto en hacer justicia eternizando innecesariamente el sufrimiento de las familias de las víctimas?, ¿Por qué sólo se indemnizó a una parte de las víctimas?
A todas estas preguntas quise encontrarles respuesta mientras me documentaba para este reportaje, pero la verdad es que poco, o nada, pude sacar en claro. Parece como si todo aquello se quisiese olvidar cuanto antes y hacer como si no hubiese pasado nada. Triste pero cierto. Una buena muestra de ello puede ser el hecho de que no se haya construido ningún memorial o monumento dedicado a las víctimas que allí perdieron la vida, y si por el contrario hacer allí un campo de tiro deportivo como parece ser que es lo que tiene planeado el Ayuntamiento de Biescas.
Otra triste conclusión que se puede sacar de todo esto es que parece que la tragedia no sirvió de escarmiento para ciertas personas. El camping Las Nieves cambió de nombre y de ubicación, pero lo hizo para instalarse en el cono de deyección de otro barranco de la zona. Aunque difícil, esperemos que no se vuelva a repetir el mismo suceso.

Como complemento a todo lo que he podido relatar y fotografiar, no quiero cerrar el reportaje sin recomendar ver un vídeo realizado hace unos años por Eitb, y que muestra con toda su dureza el testimonio de los supervivientes de la riada, de como perdieron su familia en la tragedia, y de como se han sentido tratados por una Justicia que les negaba indemnizaciones y evitaba señalar culpables. Un reportaje muy directo y que, realmente, llega a emocionar.


Paradojicamente, quiso el destino que esta exploración, donde tantas familias han sido destrozadas por lo que aquí sucedió, yo la hiciese acompañado por la mía.
Si bien ellos, evidentemente, se quedaron a buen resguardo mientras yo me mojaba, me embarraba y me caía andando a oscuras por un edificio; no puedo más que darles mi más sincero agradecimiento, aqui y ahora, por su infinita paciencia, por aguantar como aguantaron largas e interminables carreteras de montaña, curvas, mareos, etc... todo, por hacerme compañía en esta -tan extraña- afición mía.
Seguramente, por todo ello, se hace difícil visitar un sitio como este. Yo, al salir de aqui, tenía a mi mujer y mi hijo esperándome. Muchos, de los que aquel fatídico día salieron con vida, se encontraron solos y sin nadie.
Una vez más, la vida, te hace ver y valorar lo que tenemos a nuestro lado día tras día y que, por desgracia, solemos olvidar a menudo.

Sirva este modesto reportaje como homenaje y reconocimiento a las víctimas y los familiares de aquella dramática tragedia.