Iniciamos un largo recorrido por esta ciudad tecnológica donde el tiempo parece haberse detenido en su interior. Sorpresa tras sorpresa me topaba al doblar cada esquina, donde, como si de Howard Carter al descubrir la tumba de Tutankamon se tratase, todo lo que allí iba viendo me parecían verdaderos tesoros: Máquinas, materiales, utensilios, mobiliario... Todo está como si mañana fuese a ser utilizado otra vez. Tan real, que a veces me tenía que preguntar si realmente aquello era lo que estaba viendo.
Ante un abandono así, evidentemente, no basta sólo con una visita. Por ello, las exploraciones han sido varias a lo largo de muchos meses, revisitando en ocasiones distintos lugares por la cantidad de detalles a fotografiar, y aún así, tengo la impresión de que aún podía haber sacado más. Pero no es un lugar fácil, y de hecho tengo más de lo que puedo publicar, por lo que ya me doy por satisfecho.
Empezamos con una de las pocas fotografías exteriores que publicaré. Esta maceta seca, rota, y rodeada de hojarasca junto a un muro.

Y ya accedemos al interior. Una oficina, con archivadores repletos de libros y documentos, ordenadores, y deverso material tecnológico.


Este ordenador, situado en una sala adjunta en peor estado, ofrecía este descuidado aspecto.

Algún que otro altavoz de techo cedió a su peso y acabó descolgándose.

Diskettes dentro de un archivador. Soporte de almacenamiento de datos de no hace tanto tiempo.


Diminutas piezas para circuitos permanecían preparadas para su uso en estos cajetines.


En unas instalaciones de este tipo no podía faltar un sistema de alarma y extinción de incendios.

Más ordenadores, y aparatos que sólo sus operadores o técnicos sabrían cúal era su función, descansan en sus lugares de trabajo (algunos prácticamente nuevos), tan sólo con el polvo y telarañas como testigo del paso del tiempo.