Premoniciones 'Titánicas'

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14 de Abril de 1912, 23.30 horas, el Títanic, el mayor transatlántico de la historia, choca con un iceberg en el atlántico norte durante su viaje inaugural. El impacto abre una brecha en el casco del barco de casi 100 metros por la línea de flotación. Dos horas más tarde la proa del barco está inundada, el agua va pasando de compartimento estanco a otro a razón de 125 toneladas por minuto.
02.10 horas, el barco se inclina 45 grados y los últimos botes salvavidas se arrían dejando, aún, centenares de pasajeros a bordo. Sólo 10 minutos más tarde, la estructura se parte en dos, la parte emergente permanece unos instantes en posición vertical y comienza su viaje final hacia las profundidades marinas. La mayor catástrofe de la historia se acaba de producir. 1522 personas han perdido la vida.

De esta manera se produjo una de las tragedias que más ha marcado el siglo XX, un hecho que, pese al paso del tiempo, aún sigue vivo en la mente de las personas dado su terrible impacto emocional y que los años y sus circunstancias hacen que su recuerdo aún permanezca vivo.
Un acontecimiento de tal magnitud hace que los detalles de la tragedia, así como todo lo que envolvió el suceso, sean imperecederos al recuerdo humano y motivo de estudio, análisis y también de curiosidad de generaciones posteriores.
Así, con el paso de los años, se han ido descubriendo detalles que nos aclaran como fueron ocurriendo los hechos, podemos observar imágenes del barco en su estado actual (semienterrado en barro) e incluso ver objetos que aún permanecen en los salones del transatlántico y hasta en la misma cubierta; al mismo tiempo que (gracias a la tecnología) podemos hacer viajes virtuales por el interior del crucero.
Este devenir del tiempo hace también que nos encontremos a veces con descubrimientos que se salen un poco de lo habitual en cuanto a lo extraordinario de la noticia. En este sentido vamos a dirigir el artículo, es decir, vamos a recopilar los datos, cuanto menos, curiosos, anecdóticos, misteriosos e incluso premonitorios. Por ellos empezamos.

Las primeras premoniciones llegaron con el afamado periodista William Thomas Stead, cuando, veinte años antes de la catástrofe, describió, en uno de sus escritos, la colisión de un gran buque con un témpano de hielo; sus supervivientes fueron auxiliados por el “Majestic”, un barco que por aquellos tiempos existía realmente y que estaba capitaneado, curiosamente, por Edward Smith, primer y último capitán del Titanic. Al parecer, Stead no hizo mucho caso a su premonición, ya que su nombre apareció años después en la lista de fallecidos en la tragedia.
Otra visión premonitoria del hundimiento del Titanic fue la que tuvo un marinero y escritor de poco reconocimiento llamado Morgan Robertson.
Robertson describió en su novela “Futility”, con precisión de detalles, datos sobre el Titanic así como de su naufragio. La precisión de los datos expuestos en su libro hicieron que más de un investigador afirmase que fue un hombre que se adelantó a su tiempo ya que, allegados a este autor, sabían de sus poderes mediúmnicos.
De esta manera, el barco protagonista de la novela de Robertson se llamaba “Titán”, tenía tres hélices (igual que el Titanic), desplazaba 70000 toneladas ( por las 66000 del Titanic), medía 800 píes ( 882 el original), portaba 2177 pasajeros (frente a los 2227 reales), ambos buques navegaban a una velocidad de 24-25 nudos, partieron del puerto de Southampton un día de Abril y se hundieron frente a las costas de Terranova, con una diferencia de 200 millas, cinco días después de haber zarpado tras colisionar con un iceberg; como guinda, el número de víctimas variaba tan sólo en cien personas.
Ante tal asombrosa similitud de datos da a pensar que, realmente, este hombre pudiese tener algún tipo de poder psíquico que le hiciese intuir algo de tal magnitud como para reflejarlo en una novela.
Algo relacionado con estas premoniciones les podría haber pasado a multitud de viajeros que cancelaron sus billetes pocos días antes de zarpar, así como otros que se negaron a embarcar justo en el último momento.
Uno de estos personajes fue el propio dueño de la naviera dueña del Titanic (White Star) J. P. Morgan, que tenía la costumbre de navegar en los viajes inaugurales de todos los buques de su empresa; misteriosamente se negó a viajar en este, el trasatlántico más grande y lujoso del momento.
Al igual que este, el mandamás de los astilleros donde fue construido el Titanic, también se negó a embarcar sin razón aparente en el barco; cuando también era costumbre suya hacer acto de presencia en los viajes inaugurales de los buques salidos de sus astilleros.
Otro caso fue el de un matrimonio que, sin avisar si quiera a su servicio personal que acondicionaba el camarote con el numeroso equipaje que habían facturado, diez minutos antes decidieron quedarse en tierra abandonando todo lo embarcado
¿Qué movió a estas personas y otras muchas más a negarse a embarcar en el último momento habiendo pagado una gran cantidad de dinero por los billetes? ¿Acaso no era el Titanic insumergible?

Desde que partió de Southampton, la sombra de la mala suerte persigió al Titanic hasta su final. Desde la desaparición de los binóculos que debía tener el vigía hasta el incomprensible “avanti un tercio” que marcaban los telégrafos del barco una vez dañado, y que hacía que los buques que captaron el S.O.S se presentasen en el lugar del aviso sin que allí hubiese nada; todo fue un cúmulo de infortunios: Nula respuesta ante las llamadas de socorro (por lo que se recurrió al nuevo código S.O.S), la grave decisión de invertir la marcha de las hélices en un barco de estas características, etc…

Curiosamente el Carpathia (buque insignia de la compañía rival) localizó la situación del Titanic y acudió en su ayuda, su visión fue dantesca, centenares de cadáveres flotando en las aguas heladas y unos botes, más vacíos que llenos, de supervivientes, los únicos, estos, que dudaron a última hora de la insumergibilidad del Titanic.

Mientras todo esto ocurría, a miles de kilómetros de la tragedia, en un pequeño pueblo de Canadá llamado “Winnipeg”, el reverendo Charles Morgan llegó pronto a su parroquia para preparar el oficio de la tarde. Realizó varios preparativos, entre ellos colocar en un tablero los números de los himnos preferidos por el maestro de capilla. Hecho esto, el reverendo decidió retirarse a su despacho y echar una siesta hasta que llegase la hora del oficio. Pronto se quedó dormido e inmediatamente tuvo un vívido sueño de oscuridad, grandes ruidos y olas rompientes, todo ello armonizado por un coro que cantaba un viejo himno que Morgan hacía años que no recordaba. Despertó de golpe, dado la angustia del sueño, miró el reloj y, viendo que aún le quedaba tiempo, decidió continuar la siesta con la esperanza que su breve vigilia hubiese borrado el anterior sueño. Nada más lejos de la realidad, el sueño volvió, y con él la oscuridad, las olas y los coros cantando el himno. Volvió a despertarse, esta vez sobresaltado y conmovido, se dirigió a la iglesia vacía y escribió un número de un nuevo himno en el tablero.
Cuando empezó el servicio, la congregación cantó el himno que Morgan había escuchado en sus sueños y rezaban por los que estaban en peligro en el mar; el reverendo, al oírles, no pudo evitar las lagrimas.
Poco después se enteró que mientras él y sus feligreses estaban cantando el himno, una tragedia se había producido en el océano. Era el 14 de Abril de 1912 y, a lo lejos, se estaba hundiendo el Titanic.

Una premonición que, por ser posiblemente la última y por la forma y situación en la que se produjo, bien podría servir como un homenaje a las victimas de la tragedia.

Otro de los misterios que encierra el Titanic es lo concerniente a su carga. A parte de la carga de primera necesidad como agua, café, patatas, huevos, cubiertos, mantas, etc… fueron embarcados varios objetos que, por su excepcionalidad, son hoy motivo de comentarios, cuanto menos, extraños.
Según el investigador y egiptólogo Nacho Ares, uno de estos inusuales objetos que se cargaron al buque fue una momia egipcia. Inusual nos lo es hoy, aunque no por entonces; en aquella época de los primeros descubrimientos de momias egipcias, el tener una era un lujo tan solo al alcance de personas de gran poder adquisitivo, las cuales alardeaban delante de sus amigos de tan preciado objeto; asimismo Lord Canterville se había echo con una y la embarcó en el Titanic. Por motivos de acondicionamiento, la momia fue colocada junto al puente de mando, detrás de la cabina del capitán Smith; Obviamente la momia iba ataviada con todo tipo de amuletos colocados en el momento de su momificación, amuletos que clamaban por el castigo a aquellos que perturbasen su descanso. ¿Tuvo que ver estas maldición con los incomprensibles fallos que cometieron uno tras otro el capitán y demás oficiales a lo largo del viaje?
Cierto es que por entonces, una década antes del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón y por lo tanto de las sus “maldiciones”, ya se otorgaba la culpa del siniestro a tan singular “pasajero”.
Pero según se contó días mas tarde en Nueva York, podría no haber sido la única momia que iba en el Titanic; al parecer, un anticuario habría comprado el sarcófago de un faraón con la momia aún dentro. Pudo rescatarla del naufragio embarcándola en uno de los botes salvavidas y una vez a salvo, arrepentido por pensar que era la culpable, decidió devolverla a Egipto. La embarcó en el “Empress of Ireland” con la “mala suerte” que se hundió al poco de zarpar. Desesperado, volvió a recuperar el sarcófago y lo volvió a embarcar en otro barco, esta vez el “Lusitania”, que fue bombardeado por los alemanes en 1915 hundiendo el barco con la momia y provocando la entrada de los americanos en la primera guerra mundial.
Una guerra esta, que podría haber tenido algo que ver también con los misteriosos cargamentos del Titanic; según declaró el estibador de carga del transatlántico, Frank Pretit, en el juicio posterior al naufragio, se habían cargado numerosas cantidades de lingotes de oro y plata en los compartimentos estanco del buque.
La hipótesis más plausible era que, tal cantidad de dinero, era el pago que efectuaba Inglaterra a Estados Unidos por la venta de armas para el conflicto que se avecinaba; cargamento real que no se conocerá hasta el año 2012, cuando venza el sello de los registros de la mercancía efectuados por el Banco de Inglaterra.

Torpedos alemanes, bombas, sabotajes, conspiraciones, casualidades, premoniciones, misterios…. Infinidad de dudas rodean el hundimiento del mayor transatlántico de la historia; 4000 metros de profundidad y 92 años separan estos enigmas de la verdad, una verdad que es recordada por su trágico fin, una verdad que, al fin y al cabo, se nos presenta en forma de Iceberg: fría y dura.

Por su eterno descanso y de los que en él perecieron.

2 comentarios:

  1. Alex dijo:

    Buenísimo!!

    Se me han puesto los pelos de punta con tanta casualidad!!


    Me ha encantado.

  1. Kordo dijo:

    El mundo de las casualidades y/o serendipias es realmente apasionante. Da que pensar.