Y, este año, no han sido unas vacaciones de turismo y relax en algún destino de estos de ‘todo incluido’ en el que te pones hasta las orejas de todo y te pasas el día tumbado en la hamaca torrándote al sol. No, ha sido más bien todo lo contrario.
Este año me he ido a hacer el Camino de Santiago. Antes he de aclarar que no lo he hecho entero, ya que sólo disponía de 15 días, por lo que he ido hasta donde los pies me han llevado, que ha sido hasta Burgos. Unos 260 Km desde Roncesvalles, mi punto de partida.
Y bien, qué quieren que les diga. Me he vuelto con un sabor agridulce del mismo. Quizás porque todo el mundo habla maravillas de él y luego te encuentras la cruda realidad. Quizás porque soy un romántico y pensaba que el camino era un viaje donde la verdadera esencia estaba en el mismo camino y no en su meta. No lo sé.
Ya desde un principio, y nada más salir de Roncesvalles, parece como si alguien dijese aquello de: “¡tonto el último!” Porque a partir de entonces, todo se convierte en una carrera para ver quien llega antes al final de etapa.
Etapas que –igual peco de blandito- son bastante duras en cuanto a kilómetros. Por lo que no me extraña (a la vez que me hace sentir que algo de razón llevo) que más tarde en los albergues te encuentres a infinidad de peregrinos curándose las ampollas, poniéndose tiritas para las rozaduras y echándose cremitas para relajar los castigados pies. Total, que aquello parece más una sala de curas que otra cosa.
Y si algún aliciente tiene, creo yo, esto de hacer el camino es ver y conocer los pueblos por donde pasas. Empaparte de su historia (que no es poca), visitar sus monumentos, catar su gastronomía, hablar con la gente, etc. Pero eso se convierte en misión imposible cuando, derrotado, llegas al albergue, te duchas, y los pies te dicen que ya está bien por hoy. Que lo mejor será que te eches en la cama. Que leas, escuches música, duermas o lo que quieras, pero que de visita turística nada. A riesgo, claro, de que no puedas llegar a tu destino el día siguiente.
Aún así, al día siguiente, en cuanto te vuelves a calzar las botas, te acuerdas del día en que se te ocurrió meterte en semejante aventura. En mi caso tengo a quien echarle la culpa. Pero bueno, ese es otro tema.
Lo peor son los primeros días. Ya que los que no somos muy andarines (y al parecer la mayoría) es cuando nos salen las ampollas y demás heridas en los pies. Luego ya se te van haciendo un poco y vas aguantando mejor las etapas.
Un día, llegando al pueblo navarro de Azqueta, nos recibió en la entrada del mismo Pablito. Un hombre de unos 60 años y que, amablemente, nos ofreció sellarnos la credencial. Lo acompañamos a su casa donde nos estampó su sello en nuestra cartilla de peregrino. Y hablando con él, nos comentaba como el Camino ya no es lo que era. Me confirmaba lo que yo ya estaba percibiendo al decirme que la gente ya no se paraba en el pueblo. Que cuando los invitaba a su casa como a nosotros, lo primero que le decían era que si estaba muy lejos, que tenían prisa y no podían detenerse mucho tiempo. “Somos 50 vecinos en este pueblo, ¿tu crees que puede estar muy lejos mi casa? ¿qué prisa tenéis? Santiago aún queda muy lejos” me decía. Yo solo podía contestarle que tenía toda la razón del mundo.
Ahora ya en casa, sentado delante de mi ordenador, y con los pies descansando en cómodas zapatillas, extraigo algunas conclusiones.
Que el Camino está prostituido no hay ninguna duda. No lo digo yo solo, lo dice cualquiera que lo haya vivido mínimamente. Que el fin último no es el de antaño, el de seguir las estrellas, el del aprendizaje, el del juego de la Oca también es obvio.
Hoy en día, la meta es llegar a Santiago lo antes posible, recoger la Compostela y regresar a casa mostrando orgulloso a todo el mundo tu trofeo conseguido en tiempo record. Triste, pero cierto.
Por mi parte, y a pesar de lo que pueda parecer, no todo es negativo. Me quedo con el trato de algunos hospitaleros. Gente que de verdad siente el espíritu del Camino. Me quedo con sus pueblos, auténticos museos y testigos supervivientes de la historia. Y me quedo con lo que me queda. Porque como he dicho al principio, me queda llegar a Santiago, y con ello un cúmulo de experiencias más, positivas y negativas, pero no por ello voy a cerrarme en banda a sacar unas conclusiones definitivas de algo que no está concluido aún.
Lo que me temo que no podré quitarme de encima una vez vuelva, será la sensación de que estoy en una cursa. Sólo espero no oír una voz que me diga aquello de: Corre Forest! Corre!!
Y corrí, y corrí hasta…. Finisterre! Porque señores, el Camino acaba en Finis Terrae, el fin del mundo. Al fin y al cabo, el Camino de Santiago es la apropiación que el cristianismo hizo del antiguo Camino Pagano. Pero esa ya es otra historia.
Kordo, yo, como no viajo demasiado, lo hago con una lista (no una mujer lista, aunque la tengo), es decir, un listado de viajes para el futuro. Uno de ellos, es "hacer el camino", (no, el del Rocío, no) y vas tu y me tiras por suelo todo el encanto esotérico-festivo-histórico-romántico del Camino de Santiago. Bueno, la verdad sólo tiene un camino; y tu lo has dejado claro en tu blog. Gracias.